Observó como las hojas se mecían ligeramente acariciadas por el viento, algunas de ellas caían por efecto de la disminución de las horas de luz y la baja radiación solar que se produce en esta época del año, quedando a la suerte de la gravedad. Se hundían entre el aire danzando desde las ramas hacia el suelo en relación a un juego de aerodinamia, amontonándose a los lados de la vereda y contra los cordones de la calle por la traunsencia permanente de peatones y coches.
Sobre ellas se posaba la mirada de un incognito que divagaba pensando. Se imaginaba lejos, huyendo de esos pensamientos que suelen asaltarlo a uno en esos días en que siente el peso de horas aturdidas.
Pensaba en tratar de no pensar, en encontrar un claro en su mente entre tantos laberintos.
La luz de las imágenes, que ingresaba por su retina, comenzó a hacerse más potente proporcionalmente a la expansión de la misma. En cuestión de segundos se segó y al instante recupero las dimensiones, dimensiones de una extraña situación en la que caminaba sobre un terreno sinuoso haciendo lado a la gramilla que adornaba un paisaje de hierba seca.
El horizonte era una delicada línea que matizaba una escala de dorados en un ambiente crepuscular, los más altos correspondían al sol yaciendo detrás de una capa de delgadas nubes y los más bajos atañían a sus reflejos sobre el herbaje.
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